THERMAL, California, EE.UU. (AP) — Agustín y Ricarda Toledo cargaron ocho bidones de agua vacíos de cinco galones en su camioneta y se dirigieron a una tienda a unos 22 kilómetros de distancia, tal como lo han hecho casi cada semana durante años.
La pareja de mexicanos planeaba preparar docenas de tamales de pollo para sus cinco hijos y 13 nietos ese fin de semana y el limitado suministro de agua limpia y potable del filtro de su casa no sería suficiente.
“Para el consumo de uno, no, no la podemos usar”, dijo Ricarda, una trabajadora agrícola jubilada cuya familia vive y es copropietaria de un parque de casas móviles. Lo que quieren, dijo, es agua potable. "Es lo que pide uno para esta área, porque es lo que nos hace falta".
En el este del Valle de Coachella, una región agrícola del sur de California en Estados Unidos, el agua es motivo de preocupación.
El líquido que sale de los grifos de muchas personas contiene niveles de arsénico considerados dañinos para la salud. Y en las áreas donde el problema se ha resuelto, persiste la desconfianza. Muchas familias dependen de entregas de agua o conducen kilómetros y gastan sus muchas veces escaso dinero para llenar garrafones y comprar paquetes de botellas. Los residentes de esa zona son principalmente latinos, indígenas, trabajadores agrícolas y personas de bajos ingresos, cuyas únicas opciones de vivienda asequible son parques de casas móviles con pequeños y viejos sistemas de agua que son más propensos a irrespetar la normativa sobre agua potable.
En este desierto rural, donde los campos de cultivo se extienden por hectáreas y las palmas de dátiles salpican el paisaje, la presencia de arsénico en aguas subterráneas es natural. Pero consumir agua con altos niveles de este elemento, que no tiene olor, color ni se eliminar al hervir, durante años puede aumentar el riesgo de cáncer, enfermedades cardíacas, diabetes y daños neurológicos, según la Agencia de Protección Ambiental (EPA).
Luz Gallegos, directora ejecutiva del grupo de justicia para inmigrantes y trabajadores agrícolas Todec, dijo que la gente vive en lugares con agua contaminada porque no tienen otra opción. Su equipo proporciona agua gratis a muchos residentes de la región. “Nuestra comunidad ahora mismo no piensa en la prevención. Piensa en la supervivencia”.
Más de una década después de que California reconociera legislativamente el derecho de todos los residentes al agua potable, más de 878.000 personas están conectadas a sistemas de agua defectuosos —muchos de los cuales pueden aumentar su riesgo de cáncer u otros problemas de salud graves— o aún carecen de acceso a agua que cumpla con las normas de calidad, según datos estatales.
La EPA ha estado trabajando con la Corporación de Desarrollo Comunitario Pueblo Unido, una organización local sin fines de lucro, para restablecer el suministro de agua potable a los residentes del este de Coachella. El año pasado, en abril, la agencia anunció que más de 900 personas que vivían en 20 parques de casas móviles en la Reserva Indígena Cahuilla del Desierto de Torres Martínez podían volver a beber y cocinar con agua del grifo sin peligro.
Sin embargo, muchas personas aún tienen miedo, un problema que no es exclusivo de esta zona. La crisis del agua en Flint, Michigan, que comenzó en 2014 erosionó la confianza pública en el gobierno y en el agua del grifo. Incluso después de que los altísimos niveles de plomo en el agua se redujeron por debajo del umbral estatal, muchos residentes todavía no la beben ni cocinan con ella. Investigaciones muestran que la desconfianza es más común entre las poblaciones no blancas.
Un estudio reciente sobre los comportamientos y las percepciones sobre el agua potable en Evanston, Illinois, reveló en parte que las personas que bebían principalmente agua embotellada eran más mayoritariamente negras, indígenas u otras personas de color. En comparación con los encuestados blancos, estos grupos estaban más de tres veces más inclinados a desconfiar del agua del grifo.
Ese hallazgo en Evanston fue “notablemente consistente” con investigaciones realizadas en otros lugares, afirmó Sera Young, una de las autoras del estudio y codirectora del Centro de Investigación del Agua de la Universidad Northwestern. “Es un fenómeno global”.
La principal preocupación de los encuestados era la contaminación, seguida del sabor, el olor y el aspecto del agua del grifo, así como de los productos químicos utilizados para tratarla. La falta de confianza en el gobierno y las experiencias negativas pasadas con el agua fueron algunas de las razones. “Las personas que pensaban que el agua les había dañado en el pasado eran más propensas a pensar que también les dañará en el futuro,” afirmó Young.
Eso es lo que le pasó a Martha. Durante 18 años, ella y su esposo vivieron en el parque de casas móviles Oasis, donde la EPA detectó en 2019 niveles altísimos de arsénico que contaminaban el agua. Martha, quien se encuentra en el país sin documentación en regla y habló bajo la condición de que sólo se usara su segundo nombre, dijo que el agua a veces olía a huevos podridos. A veces le salía una roncha por todo el cuerpo al bañarse y se le caía el cabello.
Ella cree que el agua era la culpable.
Martha, su esposo y su hijo de 13 años ahora están en una mejor situación. En octubre, la familia se mudó como parte de los esfuerzos del condado de Riverside para reubicar a los residentes de Oasis a viviendas y condiciones de vida más seguras.
Les han dicho que el agua del grifo en su nuevo hogar es segura para el consumo. “No confiamos en ella”, mantiene Martha.
Compran agua o recogen agua donada embotellada en una de las oficinas de Todec, donde paquetes envueltos en plástico abarrotan un armario. El grupo proporciona agua gratuita a muchos residentes de la zona y organiza talleres sobre los derechos de inmigrantes en campos agrícolas de esta región con una alta densidad de población inmigrante.
Anisha Patel, profesora de pediatría en la Universidad de Stanford, quien ha estudiado el acceso al agua potable y la percepción del agua del grifo durante casi dos décadas, señaló que los inmigrantes de países con agua del grifo insalubre también pueden traer esas percepciones y que las familias de bajos ingresos tienden más a desconfiar del grifo porque a menudo viven en casas más antiguas.
Los expertos afirman que estas percepciones pueden tener impactos negativos. Es más probable que las personas consuman bebidas azucaradas, salgan a comer fuera y gasten dinero en agua embotellada. Hasta más del 10% de sus ingresos familiares, según Patel. Los científicos han apuntado que los microplásticos presentes en envases como los del agua embotellada pueden ser dañinos para la salud. Además, está el impacto ambiental: las bebidas embotelladas de un solo uso generan enormes cantidades de residuos.
Convencer a la gente de beber del grifo no es fácil, pero los expertos tienen algunas recomendaciones basadas en los resultados de sus investigaciones. Esto incluye financiación gubernamental para mejorar las tuberías de los hogares e invertir en grupos de confianza de la comunidad para implementar programas de análisis del agua del grifo y campañas educativas, explicó Silvia R. González, codirectora de investigación del Instituto de Política y Póliza Latina de la UCLA, quien dirigió un estudio en 2023 que aborda la desconfianza en el agua potable en las comunidades latinas.
“Es algo que hemos estado tratando de comprender durante los últimos 10 o 15 años y no creo que estemos más cerca de resolver el problema, pero definitivamente vemos similitudes entre diferentes comunidades,” especialmente entre los grupos inmigrantes, hispanohablantes y otros que no hablan inglés, dijo González.
La cocina de Virgilio Galarza Rodríguez está abarrotada de agua embotellada: cajas o paquetes envueltos en plástico apilados en cuatro, un dispensador de agua potable coronado por una garrafa de cinco galones y más botellas sueltas por todas partes.
La familia Galarza bebió y cocinó con lo que salía del grifo en su casa móvil durante 16 años, criando a tres hijos en el proceso, antes de que una inspección de la EPA en 2021 revelara niveles de arsénico seis veces más altos que el límite federal permitido para reducir los riesgos para la salud. A pesar de que ahora cuentan con filtros y análisis de agua regulares, la familia sigue preocupada.
“Nos dicen que es seguro para tomar, pero como que no tenemos tanta confianza,” dijo Galarza dentro de su casa. “El temor está ahí”.
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