Ciencia, tecnología y cerdos. México experimenta nuevas formas de buscar a los desaparecidos

ZAPOPAN, México (AP) — No sólo los testimonios dan pistas sobre dónde están los desaparecidos. También la naturaleza.

Mientras la cifra de personas desaparecidas en México no deja de aumentar, un grupo de investigadores mexicanos ha puesto a los cerdos en el eje de sus experimentos para buscarlas de otra manera.

Se ponen en la piel de los criminales, visten a los animales y repiten las técnicas con las que los cárteles se deshacen de las personas. A algunos los encintan, otros son troceados. Los meten en bolsas o envueltos en cobijas. Los cubren de cal o los queman. Hay fosas individuales o colectivas.

Una vez inhumados los cerdos, analizan los cambios en cada fosa. Usan novedosas técnicas de mapeo satelital, geofísico y biológico —tanto con drones como a ras de suelo— para que esos datos, junto con información sobre cómo actúa el crimen en la zona, ayuden a acotar futuras búsquedas y decidir dónde excavar.

La idea es poner la ciencia y la tecnología al servicio de la sociedad en el país con más desaparecidos de América Latina sin haber vivido guerras ni dictaduras militares.

Miles de madres, padres y hermanos fueron durante años los únicos que caminaron por territorios controlados por el narco para buscar a los suyos sin más ayuda que una vara, que clavan en el suelo para ver si está compactado y luego huelen en busca de algún tufo orgánico.

Así hallaron gran parte de los enterramientos clandestinos localizados de una a otra esquina de México y mostraron una realidad que nadie puede ocultar.

Ahora los científicos confían en facilitar esa búsqueda observando la naturaleza con la lógica del pescador que busca aves en el cielo para saber donde están los peces. Aseguran que las tecnologías pueden ayudar, aunque los resultados de los experimentos todavía no son claros.

130.000 desaparecidos y contando

Los desaparecidos en México podrían sumar la población de una pequeña ciudad. Los primeros datos oficiales, de 2013, hablaban de 26.000. Seis años después ya eran 40.000. Ahora la cifra oficial supera los 130.000, más que Colombia, que sufrió décadas de conflicto armado.

Desde 2007, poco después del inicio de la guerra frontal contra los cárteles, se han encontrado cerca de 6.000 fosas —aunque su registro no está bien documentado, según los investigadores— y no dejan de aparecer más mientras decenas de miles de restos están sin identificar. La ONU ha encontrado “indicios” de que la desaparición forzada en México es "generalizada o sistemática” debido a la complicidad o inacción de autoridades.

Jalisco es el estado con más casos, casi 15.500, y bastión del poderoso Cártel de Jalisco Nueva Generación. En marzo, el hallazgo de numerosos restos óseos y cientos de objetos personales y ropa en un rancho de reclutamiento del grupo en Teuchitlán puso el tema en la agenda de la presidenta Claudia Sheinbaum y demostró que el horror está lejos de terminar.

"Por eso estamos acá”, dice José Luis Silván, científico del CentroGeo, un instituto público federal de investigación en información geoespacial, y uno de los coordinadores del proyecto que comenzó en 2023 y está parcialmente financiado por el gobierno británico.

Esto “no es ciencia pura”, reconoce. “Es ciencia y acción. Hay que aplicar todo el aprendizaje en lo inmediato, no esperar a que madure porque hay una urgencia".

La Universidad de Guadalajara, la Nacional Autónoma de México y la de Oxford se unieron en la parte científica del proyecto.

La contraparte encargada de alimentar el experimento con casos reales es la Comisión de Búsqueda de Jalisco, funcionarios estatales que forman parte de la red de oficinas creadas desde 2018 en cada estado para buscar junto a las familias y que supusieron un cambio radical en la estrategia oficial a pesar de que se mantengan los problemas estructurales de impunidad.

Además, está el empresario que dona los cerdos.

“Ningún otro país está empujando tan fuertemente, tan creativamente” en probar nuevas técnicas, afirma el canadiense Derek Congram, antropólogo forense independiente experto en información geográfica, cuyos trabajos en América, África y Europa inspiraron el proyecto mexicano.

Pero Congram es prudente. Dice que no hay que generar falsas esperanzas porque, si bien la tecnología puede ser muy útil en determinadas circunstancias, “no es la panacea”. “El 90% de las búsquedas se resuelven con un buen testimonio y excavando”.

Mapas, plantas, insectos que hablan

Silván, un ingeniero informático de 52 años especializado información geoespacial, camina sobre 16 fosas con cerdos enterrados hace dos años en uno de los sitios experimentales que monitorean periódicamente.

Los cerdos no solo comparten en torno al 98% del ADN humano sino que se parecen a las personas en tamaño, distribución de grasa y estructura y grosor de la piel.

“Salieron flores por fósforo acumulado en la superficie; esto el año pasado no lo vimos”, comenta Silván mientras hace mediciones. “Lo que dicen las madres buscadoras es que esa florecita amarilla siempre sale en las tumbas y que se guían por ellas”.

Momentos antes, un dron llegado de Colombia sobrevolaba el terreno con una costosísima carga: una cámara hiperespectral, por primera vez utilizada para buscar desaparecidos. Multiplicará la calidad, y por tanto la información, de imágenes similares ya disponibles en México.

Estos aparatos —habituales en minería— miden la luz reflejada por distintas sustancias que hay en el suelo —nitrógeno, potasio, fósforo— y sus variaciones según el cerdo se va descomponiendo. Esa “huella" de colores dará pistas sobre qué hay que buscar en una fosa real y cuándo. Por ejemplo: un aumento de la clorofila da a las plantas un verde más brillante.

Los sitios experimentales —terrenos universitarios resguardados— también son rastreados con drones térmicos, escáneres láser, pruebas que buscan anomalías en leves movimientos sísmicos del subsuelo o en la transmisión de una corriente eléctrica de un punto a otro.

Y una fosa es una anomalía.

También es un “microsistema” vivo, explica Tunuari Chávez, director de análisis de contexto de la Comisión de Jalisco.

Las moscas o escarabajos encontrados en los enterramientos se analizan en un pequeño laboratorio en el sótano de esa entidad junto a muestras de plantas y suelo. Sus paredes están tapizadas por mapas, imágenes y gráficos generados con las distintas tecnologías.

Además, la aparición de vida dentro en las fosas puede verse también en tiempo real en un enterramiento reciente que tiene un acrílico transparente en el lateral, a modo de ventana, para monitorear la descomposición del cerdo.

Cerca de allí, en Zapopan —uno de los municipios que conforman la zona metropolitana de la capital de Jalisco—, el suelo también tenía restos. Pero de personas.

Colectivos de familiares vigilaban recientemente cómo los peritos de la fiscalía encontraban bolsas en una zanja con ayuda de una excavadora, en un fraccionamiento en construcción cuyas obras se paralizaron en febrero. Ya han recuperado más de 240 bolsas, según Guerreros Buscadores. La fiscalía hablaba, hasta mediados de julio, de 38 personas.

Ciencia al servicio de la sociedad

El detonante del proyecto fue en 2014, cuando la esposa de Silván, impactada por la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa al sur de México —un caso todavía sin esclarecer—, le preguntó si el CentroGeo no podría ayudar.

"¿Para qué sirve la ciencia o la tecnología si no es para resolver problemas?”, se preguntó entonces.

El georradar se utiliza en búsquedas desde los años 80. Las mediciones de resistividad eléctrica desde los 90. Después se multiplicó el uso de imágenes satelitales, cada vez con mayor definición y de más fácil acceso, mientras universidades estadounidenses, como la de Tennessee, lanzaba programas especializados de análisis forense con cuerpos humanos, las llamadas “body farms”, donde se forman agentes del FBI.

Posteriormente, se aplicaron sistemas de información geográfica para buscar fosas de la guerra civil en España, en los conflictos de los Balcanes, Colombia o la guerra de Ucrania, experiencias que pretendían identificar patrones criminales y cambios en el territorio para reducir las áreas de búsqueda.

Esos ejercicios mostraron ser mejores cuando antropólogos forenses, informáticos, botánicos, sociólogos, etnólogos, geólogos o criminólogos trabajaban juntos.

Silván y otros colegas del CentroGeo comenzaron a recopilar estas experiencias para ver qué podía ser útil en México.

Después de algunos análisis satelitales para el caso Ayotzinapa, hicieron el primer experimento enterrando cerdos al sur de la capital y luego otro sobre sustancias —a petición de la Comisión Nacional de Búsqueda (la entidad federal)— para ver el rastro que dejan materiales usados por los criminales para deshacer cuerpos. Comprobaron que la cal es fácilmente detectable. Los hidrocarburos, el ácido muriático o la carne quemada, no.

Para el proyecto de Jalisco, fue clave el equipo de Tunuari Chávez que constató que las desapariciones coinciden con la ruta del cártel desde los puertos del Pacífico —donde entran químicos para fabricar fentanilo u otras drogas sintéticas— hacia Estados Unidos, donde están sus clientes, y que la mayoría de las víctimas son encontradas en el mismo municipio donde desaparecen.

Chávez cuenta que analizaron suelos, caminos, "el espacio clandestino, el tiempo de viaje entre un punto y otro que es lo que determina la posibilidad material de hacer una fosa” para elegir los sitios de experimentación más similares a los reales.

Y dice que la identificación en 2023 de una adolescente de 17 años cuyo cuerpo había sido clasificado por la fiscalía como el de un hombre de 34 fue la prueba de que el método multidisciplinar y de contexto funcionaba. Había que perfeccionarlo.

Familiares, los grandes expertos

Los investigadores tenían claro que querían la complicidad de las familias en su proyecto por respeto y porque son las que más datos en campo han recolectado.

“Hay un flujo de conocimiento en ambos sentidos”, señala Silván. “Nosotros podemos mostrarles a las familias qué se puede hacer en qué circunstancias..." porque hay técnicas que funcionan en unas circunstancias y en otras no.

A cambio, escuchan sus observaciones basadas en años de búsqueda, como que solían encontrar fosas bajo un tipo de árbol concreto porque sus raíces crecen perpendiculares al suelo y dejaban al criminar cavar a la sombra.

“Yo jamás me imaginé estar en esta situación, sacar cuerpos, volverte tan experta... Que uno pueda encontrar hasta en lugares donde las autoridades no han localizado”, comenta Maribel Cedeño, que busca a su hermano desde hace cuatro años.

Cedeño cree que los drones y las nuevas técnicas pueden ser muy positivas y también le gusta el enfoque de buscar a los desaparecidos en otras formas de vida, como las flores.

Algunos colectivos han solicitado el uso de drones en casos como el del rancho de Teuchitlán o en Zapopan, pero no se ha hecho público si los datos obtenidos fueron útiles.

Otros familiares, como Héctor Flores, que busca a su hijo desde 2021, cuestionan que se hayan destinado tantos recursos a un área, la de análisis de contexto, que ha dado pocos resultados porque son las familias las que siguen realizando los hallazgos.

Derek Congram, el antropólogo canadiense, recuerda que siempre hay que tener en mente que no se puede encontrar a todos ni con todos los medios posibles. Y pone el ejemplo de la matanza de 8.000 hombres y niños en Srebrenica, en los Balcanes. Pese a los recursos y al éxito de técnicas geoespaciales para encontrar fosas, a 30 años del suceso 1.000 personas siguen desaparecidas.

Sin embargo, "siempre hay que intentar, fallar, fallar y seguir intentando”.

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